Recientemente, estuve en unas educaciones contínuas o conferencias requeridas por mi profesión de tecnóloga médica, para mantenernos al día con los nuevos hallazgos en la ciencia de la salud y procesos de laboratorio clínico. En una de estas exposiciones de hablaba de los requerimientos del Departamento de Salud de reportar las pruebas infecciosas y todo el protocolo de epidemiología para poder detener los contagios, con al meta final de erradicar este tipo de enfermedades. Interesantemente, cuando comenzaron a documentarse los reportes de casos positivos de VIH, se documentaban solo aquellos casos que ya tenían la enfermedad activa, o SIDA. Con el pasar de los años, se dieron cuenta que ya en esta etapa estaban muy tarde, y que debía documentarse desde que la persona ya tenía detectado el virus, sin padecer aún la enfermedad. Era muy difícil poder controlar los daños ocasionados por este virus cuando ya se encuentra en una etapa avanzada. Muchas veces nos encontramos en situaciones donde no nosotros mismos nos podemos entender. A veces explotamos en ira, o nos deprimimos, o nos aislamos, o vivimos en ansiedad, entre otros muchos otros sentimientos y emociones que podemos experimentar. Lo más fácil es su at trabajar con los síntomas, o cuando ya es algo crónico, queremos sanar la enfermedad. Pero nos sucede como con los casos de VIH, no estamos trabajando con la causa, y ella de sigue manifestando, y extendiéndose a otras áreas de nuestra vida, y nos llega a afectar poco a poco con las personas con que nos relacionamos. De cualquier lado que lo mires, la causa a todos los males es el pecado. Debemos enfocarnos ahí. Si aún no le hemos entregado nuestra vida y nuestro corazón a Cristo para que su sangre nos limpie de todo pecado, todo va a volverse una enfermedad crónica y con complicaciones. ¿Y qué de los que ya hemos sido redimidos por su sangre? Al igual que el HIV no tiene cura, y debe tratarse constantemente con medicamentos para mantenerlo a raya, el pecado mora en nuestro cuerpo carnal. La diferencia, que ya no debe dominarnos. A medida que nos acercamos más a Dios, y nos relacionamos con Él, pecamos menos. El Espíritu Santo nos guía y nos redarguye de pecado. No intentemos dejar a un lado la ira, o la falta de amor o empatía hacia los demás sino trabajamos de la mano del Señor para ir transformando nuestras vidas. Debemos acudir a la causa. Pero en nuestro caso, ya el ocaso fue vencido por Jesucristo y lo nuestro tiene cura en el cuerpo glorificado que recibiremos para morar junto a Él por la eternidad. Oremos rindiendo a Dios todas las actitudes y sentimientos negativos que parecen dominarnos a veces, para que recibamos de Él perdón, amor y paz; y podamos ser transformados por medio de aquel que nos amó primero.
1 Comment
adams
12/15/2017 09:24:33 am
Hola a todos,
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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