Las carreteras tienen provisión de un lugar para descanso como provisión para los viajes largos. En Estados Unidos por ejemplo, para todos aquellos que manejan camiones en largas rutas, existen paradas de descanso y tienditas para poder comprar provisiones. Allí se reabastecen de todo lo que necesitan, gasolina, alimentos, y cualquier otra cosa que pudieran necesitar. Si el viaje dura muchas horas, allí también pueden dormir o descansar antes de continuar su jornada. En Puerto Rico hay una parada de descanso en el pueblo de Cayey, bajando las montañas, que ya hoy día no se utiliza mucho, debido a lo pequeña que es la isla, y los vehículos de motor ya rinden mayor velocidad y resisten más horas de viaje contínuo, aún en carreteras con cuestas. Nuestra vida es un largo viaje. Dios nos buscó y nos rescató, y nos abrió este nuevo camino para recorrer. Como los vehículos del pasado, comenzamos esta travesía sin contar con todo lo necesario para seguir sin descanso. Debemos detenernos y reabastrcernos de todo lo necesario antes de continuar. Dios tiene trazadas unas metas y unas tareas para nosotros, donde nuestra capacitación proviene de Él, al igual que todo lo necesario para triunfar. Muchas veces pensamos en que la capacitación envuelve solamente obtener conocimiento y sabiduría, y con eso es suficiente. Pero he aprendido que muchas veces Dios nos hace detenernos para trabajar con nuestro carácter o con nuestras actitudes. Vivimos anhelando crecer en el Señor y le pedimos que nos use con su poder, pero para cada nueva etapa, o cada nueva tarea que nos espera, Dios necesita prepararnos previamente. No podemos por ejemplo ser líderes en algo, si no hemos aprendido la sujeción. Como podemos ayudar al prójimo si no hemos desarrollado compasión y misericordia con los demás. No podemos mostrar el amor de Dios si no podemos amar. Dios va a remover de nosotros todo aquello que pueda entorpecer la obra que Él quiere hacer. Sobre todo, no podemos realizar tareas "más grandes" si no hemos aprendido humildad y que toda la gloria de lo que ocurre le pertenece a Él, y somos solo instrumentos, "tesoros en vasos de barro". Si estás pidiéndole al Señor pasar a una nueva etapa de crecimiento, Dios va a trabajar contigo, va a seguir perfeccionando la obra que un día comenzó en ti. Disfruta tu pausa, y luego arranca con tus fuerzas renovadas. Oremos al Señor para que nos muestre el camino a seguir y gocémonos cuando nuestro carácter sea moldeado porque nos ayuda a poder trabajar para el reino y ser usados por un Dios perfecto que nos redimió.
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Tenemos dos maneras de trabajar las situaciones difíciles de la vida. Podemos rendirnos o podemos rendirnos. No he escrito un disparate o al auto corrector me hizo una mala jugada. En breve te explico lo que quiero decir. Hay dos maneras de rendirnos. La rendición que mas comúnmente escuchamos es el darnos por vencidos ante lo que nos afecta. Decimos: "ya me rendí", implicando que nos sentimos impotentes ante lo que tenemos que enfrentar y decidimos no luchar más. Muchas veces llegamos a este punto luego de haberlo tratado todo, o al menos lo que sabemos hacer, lo que pudimos pensar. Algunas personas se rinden sin tratar o sin ningún esfuerzo. El rendirnos de esta manera muchas veces provocará en nosotros una cadena de emociones y pensamientos como el sentirnos derrotados, con una baja en la autoestima. Podemos en este punto hasta haber perdido las esperanzas de que algo positivo puede ocurrir. Es un pensamiento conformista donde decido aceptar las cosas como son y no las quiero ni puedo cambiar. Esta es la primera rendición. En lo personal prefiero la segunda rendición, aunque te confieso que en ocasiones me he visto temporalmente atrapada en la primera. Dios diseñó para nosotros otra rendición. En muchos de los casos, nos vemos en la primera rendición antes de llegar a la segunda. Dios espera que nos rindamos ante Él. Esto implica el reconocer quien es Dios y quien soy yo ante Él, donde Él es Santo, perfecto, omnipotente, todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles. Yo, por el contrario, soy imperfecta, pecadora, vulnerable, incapaz de lograr todo lo que quiero. Pero rendida ante Él descubro que me ama incondicionalmente, que tiene un plan perfecto para mi vida que no depende de mi, que se entregó en la cruz para salvarme, y que si yo le amo todas las cosas me ayudan a bien. Cuando yo decido rendir mi voluntad y mis fuerzas a sus pies, no es cuando todo acaba, al contrario, es cuando todo comienza. Recibiré sus fuerzas, decido caminar por donde es seguro dejándome dirigir por Él, dejo a un lado mis imperfecciones para que un Dios perfecto sea el que obre. Todo cambia. Tengo nuevas esperanzas y una nueva confianza, no en mí, sino en quien nunca falla. Para Él no hay nada imposible. Esta es la segunda rendición. Yo darme por vencida, pero entregándolo todo a Él para que obre en mi vida. Oremos al Señor pidiéndole que nos ayude a poner nuestra mirada en Él en todo momento. Que si decido rendirme ante algo, sea ante sus pies, entregando mi vida con todo lo que tengo, para que Él se glorifique y obre para obtener la victoria. Parece que con Adán y Eva heredamos también la habilidad de hacer comparaciones. Caín comparó cuál fue el agrado de Dios por la ofrenda que él presentó con el agrado de Dios hacia la ofrenda de Abel. Y como quizás hemos escuchado en muchas ocasiones, las comparaciones no llevan a nada bueno, y así sucedió con Caín y Abel. De la forma en que el pecado nos corrompe, cuando comparamos lo hacemos en un sentido que provoca un sentido de superioridad o inferioridad. Éste a su vez nos crea rencor, envidias y podemos creernos hasta con el derecho a juzgar a otros, cosa que solo le corresponde a Dios. Nacemos con una actitud de no ser menos que nadie, y vivimos buscando la "justicia", o, redundantemente, lo que parece justo. Todo esto parece muy normal a través de los años, hasta que nos topamos con la realidad de lo que implica la justicia de Dios. Traer estas actitudes a la iglesia, o al reino de Dios, no resulta beneficioso para nosotros ni para nuestros hermanos en la fe, mucho menos para el testimonio y el glorificar a Dios en nuestras vidas. La justicia de Dios es tan simple y tan complicada para nosotros a la vez, porque se opone a todo lo aprendido en este mundo: Él es el creador de todas las cosas y el único Dios. Fuimos creados a su imagen y semejanza para disfrutar de una vida relacionándonos con Él. Pero pecamos, todos lo hicimos, por lo tanto no somos merecedores de nada, excepto de la muerte y un castigo eterno que incluye la separación de un Dios Santo. No merecemos nada. El que tengamos vida y todo lo demás es por su infinita gracia y misericordia. El que podamos ser redimidos del camino al infierno, no depende de nosotros, sino de Su sacrificio en la cruz. Yo solo puedo rendirme y creer, arrepentirme de mis pecados, y dedicar mi vida a quien la compró a precio de sangre. De ahora en adelante nada más importa excepto el yo gastar mi vida al servicio de quien me amó con su propia vida. Al entender este punto, todas las comparaciones no tienen lugar ni razón de ser. Lo que soy depende de lo que Él tiene preparado para mi vida. Lo que tengo depende de lo que Él ha decidido suplirme. Mi conocimiento, mis dones y talentos, son regalo suyo. Y ante los momentos de duda solo debo pensar en qué haría Jesús. No importa mi rol en la iglesia o el tiempo que lleve, lo que importa es que haga la obra que Dios tiene para mí, se vea grande o pequeña. Dios no va a pedirme algo para lo que Él no me llamó. Va a ver si yo quiero ser obediente a Su voluntad. No tiene importancia a quien traten mejor que a mí, quien tenga más que yo, quien tiene mejor posición que yo... mi vida la define quién la diseñó y quién la redimió. Mi valor es dado por el que me ama incondicionalmente. Oremos al Señor dando gracias porque estamos completos en Él. Que nos ayude a dejar las comparaciones dañinas a un lado para poder vivir en el gozo de su salvación y ser obedientes a Su voluntad. Estamos en la era del conocimiento, donde todo lo que quieras saber se encuentra al alcance de tus dedos (o recientemente, al comando de tu voz). Vivimos en el tiempo donde el conocimiento está demasiado accesible, pero a muchos no les interesa sacarle provecho. Es la época más fácil para estudiar lo que quieras: tu imaginación es el límite. Pero aún así consumimos nuestro tiempo en llenarnos de cosas sin sentido, que arruinan nuestras vidas muy lentamente como para que nos demos cuenta. Para los que se creen sabios o superdotados, con un IQ envidiable, todo este conocimiento a su alcance sólo los hace admirarse más a ellos mismos y ser más prepotentes, llegando a la cúspide cuando su creencia de inteligencia es tan sobrenatural que Dios no les encaja en el panorama. Mientras más el ser humano cree conocer, más fácil parece que es el alejarse de Dios. Como si el poder de la mente humana fuese autosuficiente y no necesite de nada más. El problema aquí es que no sólo tenemos mente. También tenemos alma. Nuestra alma siempre percibe que necesita algo más. Y es que le falta la relación con Dios para lo cual fuimos creados. Podremos pasar toda una vida rechazando la idea de que Dios existe, que es real y que no se quedó en una teoría del siglo veinte, sino que sigue obrando y cambiando vidas hoy, en el 2017. Por más que creamos conocer, siempre queda un hueco en todas las teorías que se llenan con especulación para no admitir una intervención divina. Pero Dios toca nuestros corazones por su gracia y su inmerecida misericordia y nos abre los ojos a una vida nueva. Dios rompe todos los esquemas con su amor incondicional. Las maneras en que Dios trabaja no las podemos entender con nuestra mente terrenal. Aún así podemos obtener en Él conocimiento, sabiduría, pero una sabiduría sana como dice en su Palabra. El verdadero conocimiento nos lleva al temor a Dios. La sabiduría de Dios nos lleva a rendir nuestras vidas a quien pagó un precio de sangre por ellas. Anhelemos la sabiduría que proviene de lo alto, y que está disponible para los que la pidan. Oremos pidiendo a nuestro Señor que nos provea de una sed insaciable por conocer más de Él, por crecer en el conocimiento de su sana sabiduría. Que nuestros talentos y dones puedan ser usados no para exaltarnos a nosotros mismos, sino para exaltar Su nombre. Mi esposo y yo somos diferentes en muchas cosas. Una de ellas es que él es friolento y yo calurosa. Le digo que quizás vine con el termostato dañado, o que quizás me acostumbré al ambiente de trabajo. Realmente me inclino más por la segunda, jaja. Le digo que como trabajó seis días de la semana en un laboratorio con una temperatura bastante fría, mi cuerpo lo asimiló y muy rara vez siento frío. Así que algo que él siempre me cuestiona es el porque me gusta bañarme con agua caliente si soy tan calurosa. Le he dicho que he encontrado una explicación y es que como mi cuerpo siempre está a una temperatura caliente al tacto, al entrar en contacto con el agua fría, el choque causa un contraste muy grande para mi. Pensaba en esto y pensé que así mismo nos sucede con nuestra vida cristiana. Mientras más calientes estamos en nuestra relación con Dios, más pegaditos de Él y vivimos buscando hacer su voluntad, más nos contrasta el pecado y lo que va en contra de la Palabra de Dios. Mientras más nos alejamos de buscar su presencia en oración, leer la Biblia, y congregarnos, las cosas que son contrarias a un Dios Santo y perfecto, las vemos con más naturalidad y podemos comenzar a aceptarlas como el mundo las acepta. Mientras más fríos estamos, espiritualmente hablando, más nos pesa, más nos cuesta, el vivir buscando agradar a Dios en todo lo que hacemos. Vivir como hijos de Dios, y buscando agradarle, va en contra de nuestra naturaleza. A medida que ejercitemos nuestra fe y meditemos más en las cosas espirituales, más fácil se nos hace escuchar la voz de Dios y pensar en las enseñanzas de su Palabra. El dejar de congregarnos nos enfría de una manera muy sutil. Dios quiere el bien para nuestras vidas y quiere darnos la victoria sobre las situaciones que se presentan a través del tiempo. Sólo podemos alcanzar las victorias asidos de su mano. Mantengámonos calientes para que la frialdad de este mundo nos contraste. Oremos al Señor dando gracias por su salvación y por darnos a su Espíritu Santo para consolarnos y guiarnos en nuestro diario vivir. Que podamos anhelar siempre su presencia y el buscarle a diario para permanecer calientitos espiritualmente. Cada Semana Santa qué pasa se parece menos a las semanas que viví desde niña. Se puede percibir en el aire un ambiente no muy diferente a las demás semanas del año. Con cada año qué pasa se ha ido perdiendo el temor a Dios. No sólo lo vemos reflejado en la Semana Mayor, como suele llamarse, sino en el resto de año. Muchas veces este mundo nos adormece con sus muchas actividades, metas, trabajos, diversión que creemos muy merecida, y sutilmente vamos cambiando nuestras prioridades para colocar otras. Poco a poco vamos aceptando lo que todo el mundo ve "normal" y lo adaptamos a la vida cristiana. Es más fácil recordar que Dios es amor, en lugar de recordar a diario que Jesús nos invitó a tomar su cruz y seguirle. Nuestras tradiciones y costumbres culturales han ido desvaneciéndose con el tiempo, y las percibimos como parte de nuestra historia como pueblo, las cuales nos definieron como nación en algún momento, pero que ya son obsoletas para los tiempos que vivimos. Las costumbres que formaron nuestras raíces no pueden coexistir con los adelantos tecnológicos y el conocimiento que posee el hombre de este siglo. Y es ahí donde podemos fallar. ¿Le mostramos a nuestros hijos y a las generaciones que se levantan que la Semana Santa es una costumbre de pueblo? ¿Una tradición? O, ¿realmente les mostramos que tiene un significado muy diferente para los que hemos sido redimidos por Su gracia? Nosotros estamos formando las próximas generaciones y los próximos cristianos. Podemos hablarles mil palabras, pero son nuestros hechos los que quedarán grabados en sus mentes y en sus corazones para siempre. Les digo que seguir la voluntad de Dios es para mi una prioridad, y ¿se los demuestro? Si al hablarles lo que ven es que soy hipócrita, así les muestro cómo deben ser ellos al llamarse cristianos en un futuro. Nuestros hijos, y las personas que nos rodean a diario en nuestra casa, nuestros estudios y nuestros trabajos, pueden ver claramente donde está nuestro corazón, donde está nuestro tesoro. ¿Podría decir que mi vida refleja que mi tesoro es Dios y que lo considero mi Señor? Y esto no sólo en estos días de reflexión, sino en mi diario vivir. ¿Les muestro a los que me rodean donde verdaderamente vale la pena invertir todo lo que somos y todo lo que hacemos? ¿Puedo ser lo suficientemente sincero para pedirle a Dios que me escudriñe y muestre mi verdadero tesoro? ¿Es mi trabajo para el reino de Dios o para mis arcas personales? Oremos a nuestro buen Dios dando gracias por su misericordia y pidiendo perdón por las veces en que damos por sentado su sacrificio en la cruz. Que podamos rendir nuestro corazón ante Él al entender lo que costó el recibir su gracia. Pidamos que nos haga sensibles a la voz de su Espíritu Santo para que podamos enseñar vidas comprometidas en vez de costumbres y tradiciones. ¿Recuerdan que mencioné que iba a un viaje misionero con el coro? Salíamos para República Dominicana el miércoles pasado. Pues la noche antes del viaje quería escribir un blog para ponerlo al día siguiente y oré al Señor por una palabra que fuera adecuada para lo que iba a escribir. Y fue la Palabra que aquí comparto del libro a los Corintios. Lo interesante es que ya tenía la porción bíblica, pero no aparecieron las palabras correctas para escribir, así que me fui al viaje y no llegué a escribir nada, entre la agenda ocupada que tuvimos y que no sentí tener exactamente de qué escribiría. Regresamos ya del viaje y al llegar a casa los textos bíblicos se iluminaron en mi mente. Pude ver todo claramente ahora: el significado de esos versos tomó una nueva perspectiva al finalizar el viaje. Nos sucede con frecuencia que creamos unas expectativas sobre algún asunto, pero la perspectiva de Dios nos sorprende y nos asombra, al ver que nunca se nos hubiera ocurrido lo que ya Él tenía para nosotros y es mejor aún de lo que imaginamos. Pues así fue este viaje. Salimos con el fin de servir y hacer la voluntad de Dios, pero fuimos servidos y ministrados en muchas áreas de nuestras vidas. De verdad que en la presencia de Dios nada puede permanecer igual. El poder sentir la gracia de Dios para con nosotros, y su misericordia, miy inmerecida, por lo menos a mi, me derrite y me hace sentir tan amada, con un amor totalmente incondicional. Así fue el amor de nuestros hermanos dominicanos para nosotros. Ahora los versos toman sentido. Aunque la República Dominicana es un país muy parecido al nuestro, estamos fuera de nuestro hogar; pero los hermanos de allí nos hicieron sentir como en casa. El recibir tantas atenciones, el poder cantar junto a su coro y a su orquesta y sentirnos con esa confianza y paz, como si nos conociéramos de toda la vida, es increíble. Ellos son una bendición. El poder usar nuestras voces para ministrar en los lugares que visitamos, el poder compartir con los niños de un orfanato donde sus pequeños corazones cambiaron los nuestros por siempre, sólo me lleva a rendirme a los pies de Jesús, donde no hay palabras para expresar la gratitud, la adoración y ver cómo Él utiliza los tesoros puestos en vasos de barro. Dios está obrando a nuestro alrededor. Somos muchos hermanos parte de un solo cuerpo, que nos gozamos con el que se goza y nos sentimos con el que llora. Es maravilloso el poder sentir gozo junto a hermanos en la fe que acabamos de conocer. Ver su compromiso con el evangelio me motiva a seguir buscando más. Por eso sabiamente Dios nos manda a congregarnos. Somos un solo cuerpo, y vamos en un solo viaje: el viaje al encuentro con Cristo por la eternidad. Oremos al Señor por su salvación y por incluírmos en la familia de la fe. Que nos ayude a reflejar el amor de Cristo donde quiera que estemos y oremos por nuestros hermanos de la República Dominicana. Leía estos pasajes que compartí, y quedé impactada. Ya los había leído muchísimas veces, pero Dios nos habla de manera diferente cada vez. Herodes escuchó de la fama de Jesús, y lo relacionó a Juan el Bautista. Todos los que escuchaban de Jesús quedaban asombrados con todos sus milagros y prodigios. Pero Herodes, y quizás algunos más, pensaron en que lo más conocido que habían visto o escuchado era el ministerio de Juan el Bautista, enviado del Señor. Pudieron reconocer que había algo diferente en Juan, como lo vieron en Jesús. Claro, no podían entender a Jesús y buscaban una explicación. Todo esto me llevó a pensar en si otros al verme pueden relacionarme con Jesús. Cuando hablan de una persona cristiana, ¿Piensan en mi? Cuando hablan del amor de Dios, ¿Pueden verlo en mi? Cuando se habla de tener gozo y pq, ¿Pueden otros relacionarlo conmigo? La pregunta obligada que es: ¿Estoy modelando a Jesús o modelo algo más? Puedo estar modelando el ser una persona religiosa y no necesariamente alguien que puedan decir que es diferente. Voy a reflejar lo que sea mi motivación de vida. Otros van a poder percibir cuál es mi pasión. Otros pueden leer a través de mi mis estados de ánimo. ¿Qué le estoy modelando a mi familia? ¿A mis hijos? Aunque no me dé cuenta, modelo algo todos los días. Para otros mi comportamiento no pasa desapercibido. ¿Soy tolerante con otros? ¿Muestro compasión por el que sufre o quienes están en necesidad? Todas estas cosas no puedo producirlas yo. Todo mi esfuerzo sólo me llevaría a cansarme, a agotarme emocionalmente. Mi meta no es hacer muchas obras. Mi anhelo, mi pasión, mi prioridad es Cristo. Él debe ser nuestro todo, nuestra primera prioridad. Él se va a encargar de lo demás. Ya Él preparó las obras en las que yo voy a andar, de antemano. Mi meta es seguir sus pasos, que Él va a ir dirigiendo el camino, y todo lo que pueda yo modelar debe darle entera gloria sólo a Él. Si lo que yo modele, aún siendo bueno, no lleva a las personas a buscar a Cristo, no estoy siguiendo sus pasos como debe ser. Nuestro único propósito es glorificarle. Oremos para que Dios nos muestre en que le fallamos al modelarle a Él. Que nos ayude a que otros puedan ver a Cristo a través de nuestras vidas. Que pongamos la mirada en seguir sus pasos para no agobiarnos en lograr algo que fluye sólo de Él. Me he encontrado en situaciones donde he estado tan entretenida u ocupada en algo que se me pasan las horas, y me doy cuenta de que hasta se me ha olvidado comer. Esto no es algo muy común en mí, pero me ha ocurrido en varias ocasiones. Y es que cuando algo te cautiva, o tienes pasión por algo, las horas se nos van volando. ¿Has ido de tiendas y cuando miras la hora de te ha ido todo el día? ¿Has hecho una fila para asistir a un evento donde no te has movido ni para ir al baño? Nuestro tiempo es muy limitado a veces y nos sobra o parece ir más lento cuando algo nos aburre o no nos interesa. Me llama mucho la atención esta porción de la Palabra porque para aquella multitud el escuchar a Jesús fue tan importante que pasaron las horas y no se movieron de allí ni para comer. Ellos no pensaban moverse tampoco. Fueron los discípulos que vieron cómo las horas habían transcurrido y pensaron una necesidad básica de la gente que allí se encontraba. Jesús vio la sed que ellos tenían por su Palabra. Él pudo ver que más allá del hambre física tenían un hambre espiritual que solo Él podía saciar. Se olvidaron del pan que podían tocar para buscar el Pan de Vida. Y Jesús proveyó para ambas. Los retuvo más tiempo allí haciendo el milagro de los panes y los peces. El coro de mi iglesia, al que pertenecemos por la gracia de Dios mi hija y yo, llevó a cabo un día de ayuno y oración, sábado en la mañana, para orar por nuestro primer viaje misionero como coro a Santo Domingo, que va a ser, con la ayuda de Dios, este miércoles. Yo trabajo todos los sábados y nos pusimos de acuerdo en que los que no pudiéramos asistir, ayunaríamos donde nos encontráramos para estar unidos en el mismo espíritu como ministerio. Les confieso que hice el compromiso pero pensé que en horas de trabajo no podría cumplir, así que me llevé una barrita de cereal por si tenía que comer. Dios me sostuvo aún trabajando desde las seis de la mañana, hasta el mediodía que duraba el ayuno. Vamos muchas veces a la iglesia y miramos el reloj si se pasa el tiempo. Nos da hambre, nos da sueño, pensamos en las miles de cosas que tenemos en casa pendientes por hacer, y no vamos a la casa de Dios con una sed insaciable por Dios. Si realmente tuviéramos hambre espiritual, podrían pasar las horas y no querríamos irnos del lugar. Podríamos orar en nuestras casas por horas sin hacer nada más que el solo disfrutar su presencia. No damos el valor, o muchas veces nuestras prioridades no están conforme a ser hijos de Dios. Perdemos de vista que Él se encarga de lo demás y nos pide que dejemos a un lado el afán. Sé que me falta mucho, así que le pido al Señor, hambre y sed insaciables por el alimento espiritual y por estar tiempo a sus pies. Oremos al Señor abriendo nuestro corazón pidiéndole que lo escudriñe y nos muestre cuales son nuestras prioridades, y cómo nos comportamos cuando vamos a congregarnos como un solo cuerpo. Que podamos anhelar día y noche su presencia y su Palabra. |
AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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