Es común ver en estos tiempos como cada día la gente se convierte en egocéntrica y malagradecida. Cada vez por mi trabajo veo más hijos que se olvidaron de tantos sacrificios que hicieron sus padres para criarlos en un camino de bien, llevarlos hasta ir a una universidad a hacerse de su profesión, o quizás, de las tantas veces que los llevaron a una iglesia para formar en ellos una vida cristiana. Fueron muchos los años que pudieron pan en la mesa y proveyeron de ropa para el diario. Aún así crecen y solo piensan en todo lo que quieren tener en sus vidas, y sus padres no son una de ellas. Aunque lo que hablo puede sonar duro, en muchas ocasiones hacemos lo mismo como hijos de Dios. Dios nos ha colmado de bendiciones a diario desde nuestro primer aliento de vida, o desde el vientre de nuestra madre donde dice en los Salmos que desde ahí nos conocía...Él formó cada detalle. Pero los afanes y la corriente de este mundo nos lleva a querer más y más cada día. Nos olvidamos como hicieron los israelitas de todas las misericordias que ha tenido con nosotros. El sólo hecho de salvarnos es más que suficiente para estar agradecidos por siempre. Dios anhela una relación con nosotros, que disfrutemos su esencia, admiremos quien es Él. Nuestra relación no es para pedirle y pedirle lo que quizás no necesitamos realmente, pero vivimos buscando la felicidad en cosas materiales y dejamos perder los grandes tesoros, los que duran para siempre. Como dice la canción que aquí comparto, si acaso se nos olvida, que el mismo Señor nos lleve a recordar su sacrificio en la cruz, por amor a nosotros. Oremos a nuestro Señor Jesucristo dando gracias por sus misericordias y su salvación. Agradezcamos el perdón de nuestros pecados y sus tantos detalles inmerecidos a nuestras vidas.
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Noemí perdió a su marido en tiempos de escasez. Luego Noemí perdió a sus dos hijos varones, quienes se encargarían del sustento, siendo ella mayor en edad. Ya no le quedaba nada, afligida y en tierra extraña. Sólo le quedaba dejar libre a sus nueras que eran jóvenes y regresar a su tierra, donde se decía que Dios hacía llegar provisión. Situaciones muy difíciles llegaron a la vida de Noemí siendo ella una mujer temerosa de Dios. Estaba pasando por la aflicción, a tal punto que decía que la llamaran Mara por la amargura que llevaba dentro. Amaba a Dios y aún así sintió amargura. Sintió que Dios la había afligido. Quizás para ella no habían muchas alternativas visibles, o no podía encontrar consuelo para lo que estaba viviendo. Comenzaría un peregrinar sin saber lo que le deparaba el futuro. Pero Dios tenía un plan. Dios tenía a Rut. Rut decidió seguir a Noemí y hacer de su Dios el suyo, al igual que de su pueblo. Rut saldría a buscar el sustento para ambas, siendo más joven. Rut halló gracia siendo extranjera, al igual tu y yo éramos extranjeros y advenedizos pero Dios nos mostró su gracia y misericordia. Dios les proveyó mucho más de lo que ellas esperaban o pidieron. De la misma forma aún siendo cristianos podemos hallarnos en diferentes aflicciones que pueden llevarnos a la amargura, a pensar que Dios quiso afligirnos. Pero al igual que con Noemí, Dios tiene un plan. Él conoce tu dolor, conoce tu quebranto. Solo Él conoce lo que sientes y si has perdido las esperanzas. Pero también para tí Dios tiene provisión, hay una Rut para tu vida. Dios va a transformar tu aflicción en la provisión emocional o física que necesitas. Pero sólo debes hacer como Noemí. Comienza a andar en el camino que te lleva a la bendición. Noemí pudo haberse quedado en tierras lejanas a quejarse, a lamentarse, pero decidió caminar hacia donde se encontraba la bendición de Dios. No dejes que la amargura te detenga. Hay un plan para tí. Dios te ve. Oremos preeentando al Señor cualquier situación que traiga aflicción a nuestras vidas sabiendo con Fe que Él tiene un plan y todo obrará para bien a los que le aman. Para ti también existe una Rut. Me encontraba esta mañana dirigiéndome a casa de una pareja que son pacientes nuestros, pero ya no están en condiciones de visitar nuestras facilidades, así que solicitaron el servicio en el hogar. No era un lugar muy distante del laboratorio, pero si se ubicaba en un área que no había visitado antes. Llevaba en mente las direcciones que me había dado un familiar del paciente para no perderme. Todo iba bien hasta que llegué a una intersección donde había cuatro calles frente a mi para escoger. Esta parte del camino no me la habían explicado así. Me percaté que la de extrema derecha, la dirección del tránsito era igual a la mía, o sea, desembocaba allí y no podía ir en esa ruta. Eso me deja entonces tres calles a escoger. Tomé la más cercana, la segunda de derecha a izquierda, y por los números de las casas pude saber que no era la calle correcta. Regresé al punto de origen y encontré que la calle correcta era la de extrema izquierda. Lo curioso de todo esto es que al salir de allí me percaté que había bajado todo el volumen del radio del carro. ¿Te has dado cuenta de que cuando nos sentimos perdidos en la carretera tenemos la costumbre inconsciente de bajar el volumen del radio? Así debe ser en nuestra vida cristiana. A veces nos sentimos perdidos o que necesitamos la dirección de Dios para saber cuál será nuestro próximo paso, o cómo resolveremos un situación, o cuáles deben ser nuestras metas, y deberíamos hacer lo mismo. Muchas veces pensamos que Dios no nos habla y es que tenemos demasiado ruido a nuestro alrededor. Es bueno ir al Señor en oración a estar quietos y en silencio para poder escuchar su voz. A mí me gusta leer varios versos de la Palabra y orar y meditar en ella para ver a que se aplica a mi vida. Antes leía muchos capítulos, pero quedaban en mi intelecto como un libro de historia. La Palabra de Dios es viva y eficaz y nos ayuda a poder discernir si voluntad para nuestras vidas. Así que es tiempo de bajar el volumen. Oremos al Señor buscando deleitarnos en su presencia y meditar en su Palabra. Que en medio de la adoración podamos descansar nuestros planes, nuestras preocupaciones y nuestra dirección en sus manos. . ¿Estará pensando en mí? ¡Cuántas veces nos habremos hecho esa pregunta! Quizás cuando esperamos algo de alguien, cuando nos hemos sentido solos, cuando extrañamos a alguien, o cuando amamos a alguien. No sé porqué, pero nos complace estar en los pensamientos de otras personas. Nos hace sentir importantes, tal vez, el hecho de que alguien ocupe su tiempo y sus pensamientos en nosotros. Muchas veces aunque no nos expresen palabras bonitas o elocuentes, podemos sentirnos amados solamente con que nos digan que piensan en nosotros. Nos hace sentir quizás, una conexión emocional con la otra persona. Si esperamos por una posición de trabajo para una promoción, nos hemos preguntado si piensan en nosotros para llenarla. Lo cierto es que no sabemos realmente lo que nadie piensa, y aunque nos lo digan no tenemos certeza de que así es. En muchas ocasiones, lo que más tenemos en la mente es nuestra prioridad, por eso anhelamos ser la prioridad de alguien más para sentirnos aceptados. Pero no no hay mayor emoción que el saber, con certeza esta vez, que el Señor piensa en nosotros. Leo el versículo con que acompaño este escrito y no hay palabras para expresar lo que siento al leer que contrario a lo que como humanos hacemos muchas veces, que a los que están en necesidad o aflicción los alejamos, Él piensa en mí. Dios nos ama y piensa en nosotros. Puedo entender que no estoy sola en ningún momento, sea de gozo o aflicción. Jehová pensará en mí. En Él lo tengo todo. Ya me aceptó. Él me ama, y me redimió por su gran misericordia a través del sacrificio en la cruz. ¿Y yo, pienso en Él? ¿Lo tengo en mis prioridades? ¿Es mi mayor prioridad? ¿Sabes? Él puede pensar en tí, pero tú no saberlo, ignorar ese hecho por completo. ¿Sabes que aún en medio de lo que estás pasando Él pensará en ti? ¿Vives mostrando que tienes esa certeza? Las pruebas en este mundo no son fáciles, pero tienes al Todopoderoso de tu lado. No hay nada que Él no pueda hacer. Solo necesitas creer. Oremos dando gracias al Señor porque piensa en nosotros. Meditemos en su Palabra y gocémonos en ella y en las promesas que Él nos ha hecho. Podrán pasar aún los montes pero su Palabra no pasará. Nuestro refugio y salvación es Él. Que yo pueda pensar en Él en todo momento. La primera impresión es la que cuenta. ¿Habías escuchado esa aseveración? Yo la he escuchado muchas veces. Tan reciente como hoy leía un artículo en una red profesional que hablaba sobre este tema. Resulta que hicieron un estudio donde mostraron cuatro fotos de perfil de cuatro mujeres diferentes a un grupo de personas. De esas cuatro fotos, tres de ellas mostraban una foto con una mujer sonriendo, dando una apariencia amable. La cuarta foto mostraba una mujer sería, sin gestos aparentes. Al grupo de personas se les dio a examinar las fotos y a opinar lo que pensaban de cada una de esas mujeres, simplemente por su foto. Varios meses más tarde, sin traer a memoria ni volver a mostrar las fotos al mismo grupo, se les dio la oportunidad en esta ocasión de conocer a estas damas personalmente e interactuar con ellas. Al final, debían nuevamente evaluar a estas cuatro mujeres. ¿El resultado? Aún habiendo interactuado con ellas y conocer un detalles adicionales sobre cada una, el grupo evaluado mantuvo la impresión inicial, cuando juzgaron por una foto. El estudio entonces confirma la teoría, aparentemente, de que la primera impresión es la que permanece. "¿¡Cuán cruel es esta realidad!?" - pensé. Esto nos nos da un margen de poder corregir errores o malas impresiones. En un mundo donde se juzga por diversión o por costumbre, haciéndolo ya de forma inadvertida, ésto no nos deja tener segundas oportunidades. Luego pensé en cuántas veces yo habría actuado de la misma forma. Muchas veces, sobre todo, nosotras las mujeres tendemos a emitir un juicio sobre alguien y decir que pensamos de esa persona sin conocerla, o si nos resulta agradable o no. Y entonces recordé lo más maravilloso del mundo. Dios es un Dios de segundas oportunidades. La primera impresión ya Él al conocía antes de la fundación del mundo y no hay nada que yo pudiera hacer para cambiarla. Nací en pecado por la herencia desde Adán a toda la raza humana. Aún así... a pesar de su santidad... Él me amó. El puso los ojos en mí, aún conociendo lo que yo podía dar, aún sabiendo que yo le fallaría. Él me perdona y no se acuerda más de mis pecados, los arroja al fondo del mar. No necesito impresionarlo, ya que soy digna de Él sólo por la sangre derramada por Jesucristo en la cruz. Tanto amor, tanta Gracia y misericordia me deja sin palabras. Lo mismo hace contigo, solo debes seguirle. Oremos al Señor dando gracias por que con Él no hay primeras ni segundas impresiones, por su gran misericordia. Que podamos amar a nuestro prójimo de la misma manera en que Él nos ama y no seamos prestos a juzgar por apariencias o primeras impresiones. Una de las lecciones de vida que pude aprender a través de los años es que el amor debe ser incondicional. Muchas de las frustraciones de la vida surgen por nuestra actitud ante si nuestras expectativas se cumplen o no. Desde pequeños nos enseñan que si somos buenos nos ocurrirán cosas buenas, y que, en la medida en que demos, recibiremos. Pues, creces para simplemente darte cuenta de que la vida no es así de simple como una fórmula matemática. Tu das pero es impredecible lo que vas a recibir. Y el truco no está en no crearte expectativas, sino en crear las correctas. Para eso, hay varias cosas que debes saber: primeramente, la gente falla..:todo el tiempo. Segundo, las personas que más nos fallan son las más cercanas, o al menos, son las que nos duele más. Tercero, solo Dios es fiel todo el tiempo. Aprendí sobre el amor incondicional en la Biblia y en lo que Dios ha hecho en mi vida. Dios nos amó siendo pecadores y su amor por nosotros no depende en nada de lo que nosotros podamos hacer, o esa relación ya hubiera terminado hace mucho tiempo. Lo cierto es que llegamos a conocerle, a amarle, a seguirle, le damos nuestra vida entendiendo lo que implicó su amor, y aún así le fallamos. Imagínate cuánto más le fallamos a los que nos rodean. Pero sobre todo, muchas veces se nos olvida amar incondicionalmente. Condicionamos nuestro amor a lo que recibimos, o a lo que esperamos recibir de otros. Eso nos va a llevar a una vida de frustración y donde apagaremos nuestro gozo. Nuestras expectativas deben estar solo en Dios. Todo lo demás es impredecible y temporero. Sin embargo, Dios nos llama a amar como Él nos amó. Debo amar a los demás sin importar lo que ellos hagan. Por eso el amor puede cubrir multitud de faltas, porque va más allá de lo que la otra persona pueda hacer o decir, va más allá de nuestras imperfecciones. Mi preocupación debe ser si estoy amando lo suficiente. Mi amor debe ser un amor sacrificado como el de Cristo por mí. Ese amor me lleva a tener misericordia con otros y dar testimonio de que Cristo vive en mi. Si amo como el mundo lo hace no hay diferencia. Mis expectativas y mi amor están definidos por lo que dice la Biblia y lo que el Espíritu Santo me mueve a hacer. Mi amor debe ser incondicional. Oremos al Padre dando gracias por su amor para con nosotros que siendo aún pecadores envió a su hijo a morir por nosotros. Que podamos aprender a vivir amando como el ama, dando testimonio de su vida en nosotros y así obtendremos gozo y paz. Leía, no por primera vez, el salmo 71, que en mi Biblia se titula: oración de un anciano. Viéndolo desde esa perspectiva, me imaginé siendo una anciana y elevando esa plegaria al Señor. Me ví confrontada con varias cosas. Les recomiendo leer el salmo completo reflexionando en él desde esa perspectiva. Para poder hacer esa oración al Señor con toda sinceridad, abriendo mi corazón, tendría que trabajar en mi tiempo presente. Tengo que examinarme y pensar si en mis años de juventud Él es para mí, mi seguridad, mi roca fuerte, si en Él está mi esperanza. ¿Siento que hoy día es Él quien me sustenta? ¿Le alabo siempre? ¿Están mis labios llenos de alabanza a su nombre? Quiero que al pasar los años yo pueda decir que desde los años de mi juventud disfruté de su vida abundante. Quiero poder contar a las próximas generaciones como viví bajo su amor y presencié su justicia. Quiero poder decir que fui atesorando en mi corazón todas las maravillas que Él realizó ante mis ojos. ¿Podré decir que le serví mientras tuve mis fuerzas? Pero también me pregunto si le haré la misma oración pidiendo que no me deseche porque veré como otros me desechen por ser una anciana. Solo Dios sabe. ¿Estoy yo desechando a las personas ancianas ahora en mis años de juventud? ¿Les trato con el respeto que se merecen por haber ganado sus canas con la sabiduría adquirida en sus vidas? Aún en las canas y en la vejez... ¿puedo glorificar a Dios por los que han sido fieles a través de sus años? Jesucristo siempre habló de cuidar a las viudas, ¿qué he hecho yo en relación a eso? Cada día qué pasa, vemos cómo estás generaciones van menospreciando a los ancianos, incluyendo a sus propios padres. Es mi deber como cristiana demostrar el carácter de Cristo y poner mi granito de arena en este mundo. Así podré leer el Salmo 71 en mi vejez y glorificar a mi Señor. Oremos presentando nuestras vidas al Señor, y reflexionemos en qué estamos sembrando para nuestra vejez mientras luzcamos nuestras canas. Recientemente, estuve en unas educaciones contínuas o conferencias requeridas por mi profesión de tecnóloga médica, para mantenernos al día con los nuevos hallazgos en la ciencia de la salud y procesos de laboratorio clínico. En una de estas exposiciones de hablaba de los requerimientos del Departamento de Salud de reportar las pruebas infecciosas y todo el protocolo de epidemiología para poder detener los contagios, con al meta final de erradicar este tipo de enfermedades. Interesantemente, cuando comenzaron a documentarse los reportes de casos positivos de VIH, se documentaban solo aquellos casos que ya tenían la enfermedad activa, o SIDA. Con el pasar de los años, se dieron cuenta que ya en esta etapa estaban muy tarde, y que debía documentarse desde que la persona ya tenía detectado el virus, sin padecer aún la enfermedad. Era muy difícil poder controlar los daños ocasionados por este virus cuando ya se encuentra en una etapa avanzada. Muchas veces nos encontramos en situaciones donde no nosotros mismos nos podemos entender. A veces explotamos en ira, o nos deprimimos, o nos aislamos, o vivimos en ansiedad, entre otros muchos otros sentimientos y emociones que podemos experimentar. Lo más fácil es su at trabajar con los síntomas, o cuando ya es algo crónico, queremos sanar la enfermedad. Pero nos sucede como con los casos de VIH, no estamos trabajando con la causa, y ella de sigue manifestando, y extendiéndose a otras áreas de nuestra vida, y nos llega a afectar poco a poco con las personas con que nos relacionamos. De cualquier lado que lo mires, la causa a todos los males es el pecado. Debemos enfocarnos ahí. Si aún no le hemos entregado nuestra vida y nuestro corazón a Cristo para que su sangre nos limpie de todo pecado, todo va a volverse una enfermedad crónica y con complicaciones. ¿Y qué de los que ya hemos sido redimidos por su sangre? Al igual que el HIV no tiene cura, y debe tratarse constantemente con medicamentos para mantenerlo a raya, el pecado mora en nuestro cuerpo carnal. La diferencia, que ya no debe dominarnos. A medida que nos acercamos más a Dios, y nos relacionamos con Él, pecamos menos. El Espíritu Santo nos guía y nos redarguye de pecado. No intentemos dejar a un lado la ira, o la falta de amor o empatía hacia los demás sino trabajamos de la mano del Señor para ir transformando nuestras vidas. Debemos acudir a la causa. Pero en nuestro caso, ya el ocaso fue vencido por Jesucristo y lo nuestro tiene cura en el cuerpo glorificado que recibiremos para morar junto a Él por la eternidad. Oremos rindiendo a Dios todas las actitudes y sentimientos negativos que parecen dominarnos a veces, para que recibamos de Él perdón, amor y paz; y podamos ser transformados por medio de aquel que nos amó primero. Recientemente, estuve en unas educaciones contínuas o conferencias requeridas por mi profesión de tecnóloga médica, para mantenernos al día con los nuevos hallazgos en la ciencia de la salud y procesos de laboratorio clínico. En una de estas exposiciones de hablaba de los requerimientos del Departamento de Salud de reportar las pruebas infecciosas y todo el protocolo de epidemiología para poder detener los contagios, con al meta final de erradicar este tipo de enfermedades. Interesantemente, cuando comenzaron a documentarse los reportes de casos positivos de VIH, se documentaban solo aquellos casos que ya tenían la enfermedad activa, o SIDA. Con el pasar de los años, se dieron cuenta que ya en esta etapa estaban muy tarde, y que debía documentarse desde que la persona ya tenía detectado el virus, sin padecer aún la enfermedad. Era muy difícil poder controlar los daños ocasionados por este virus cuando ya se encuentra en una etapa avanzada. Muchas veces nos encontramos en situaciones donde no nosotros mismos nos podemos entender. A veces explotamos en ira, o nos deprimimos, o nos aislamos, o vivimos en ansiedad, entre otros muchos otros sentimientos y emociones que podemos experimentar. Lo más fácil es su at trabajar con los síntomas, o cuando ya es algo crónico, queremos sanar la enfermedad. Pero nos sucede como con los casos de VIH, no estamos trabajando con la causa, y ella de sigue manifestando, y extendiéndose a otras áreas de nuestra vida, y nos llega a afectar poco a poco con las personas con que nos relacionamos. De cualquier lado que lo mires, la causa a todos los males es el pecado. Debemos enfocarnos ahí. Si aún no le hemos entregado nuestra vida y nuestro corazón a Cristo para que su sangre nos limpie de todo pecado, todo va a volverse una enfermedad crónica y con complicaciones. ¿Y qué de los que ya hemos sido redimidos por su sangre? Al igual que el HIV no tiene cura, y debe tratarse constantemente con medicamentos para mantenerlo a raya, el pecado mora en nuestro cuerpo carnal. La diferencia, que ya no debe dominarnos. A medida que nos acercamos más a Dios, y nos relacionamos con Él, pecamos menos. El Espíritu Santo nos guía y nos redarguye de pecado. No intentemos dejar a un lado la ira, o la falta de amor o empatía hacia los demás sino trabajamos de la mano del Señor para ir transformando nuestras vidas. Debemos acudir a la causa. Pero en nuestro caso, ya el ocaso fue vencido por Jesucristo y lo nuestro tiene cura en el cuerpo glorificado que recibiremos para morar junto a Él por la eternidad. Oremos rindiendo a Dios todas las actitudes y sentimientos negativos que parecen dominarnos a veces, para que recibamos de Él perdón, amor y paz; y podamos ser transformados por medio de aquel que nos amó primero. Durante el fin de Semana, le habíamos asignado unas responsabilidades. En el día de ayer nos sorprendió al haber realizado las tareas, sin habérselas recordado. Pero no sólo eso, realizó otras tareas por su propia iniciativa. Decidimos reconocerle verbalmente el bien que había hecho, para que le sirva de motivación para continuar ese camino. Así que fuimos a hablar con él. Asentí a lo que mi esposo le decía. Le dijo que nos alegraba mucho lo que había hecho, y que se podía ver que estaba madurando. Al ir a su cuarto a decirle las buenas noches, él me preguntó que porqué mi esposo le había dijo que estaba madurando. Él a sus 13 años no podía relacionar el hacer tareas con madurar. Le expliqué que según uno va creciendo y madurando, vamos entendiendo que existen las responsabilidades y el deber de cumplir con ellas. Así nos sucede en nuestra vida espiritual. Comenzamos con el nuevo nacimiento, gozosos de la nueva vida que hemos recibido. Pero vamos creciendo y madurando a medida que cultivamos una relación con Dios en oración y meditamos y escudriñamos su Palabra. Ya vamos entendiendo que Dios no sólo nos salvó para tener paz en Él, sino que debemos trabajar para el reino. Nos llamó a ser testigos, a sembrar la semilla de la fe, y Él se encarga del crecimiento. Nuestro trabajo o nuestras nuevas responsabilidades no añadirán nada a nuestra salvación, pero van a ser una evidencia de la obediencia y el amor al prójimo que vamos desarrollando. Mientras más vamos entendiendo la gracia y misericordia divina, más nos nace servirle a nuestro Señor. Dios nos va a ir asignando tareas, y esperará de nosotros pequeños pasos de Fe. Estos pequeños pasos de Fe nos irán ejercitando para las mayores crisis de fe donde debemos tomar decisiones y pasos más grandes en favor del reino eterno, dejando a un lado nuestras prioridades por las de Dios. Nuestra humildad debe ir creciendo mientras nuestro yo va menguando. Creceremos mientras atravesamos los desiertos, y a la medida que anhelemos más de Él. Todos debemos madurar. Oremos al Señor rindiendo nuestra voluntad y prioridades a sus pies para que sea Él quien nos dirija a un caminar en obediencia a madurar espiritualmente. Que podamos gozarnos y anhelar lo que nos espera más adelante en el camino, confiados en que vamos asidos de su mano. |
AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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