No siempre es fácil hacer el bien. Y...¿hacer bien todo el tiempo? Mucho más difícil. La bondad es un atributo de Dios, que llega a nosotros como parte del fruto del Espíritu. Lo tenemos en el paquete desde que nacimos a una vida nueva en Cristo. Pero bien, apliquémoslo ahora a la mujer virtuosa descrita en Proverbios 31. Dar el bien todos los días de mi vida... Bueno... pensándolo bien, ¿tengo que dar bien aunque me paguen con mal, cuando estoy molesta y cuando me han fallado? Lo cierto es que las personas con las que convivimos y amamos nos van a fallar. Quien único no nos falla es Dios. Hay días en nuestros matrimonios o en nuestras familias y amistades, donde será muy fácil hacerles bien. Pero hay otros días en que no deseamos hacer el bien porque pensamos que no lo merecen. Es ahí donde entra el amor incondicional que hemos conocido de Dios. Para que un matrimonio o cualquier relación interpersonal funcione y sea duradera, debemos dar nuestro amor y nuestro bien incondicionalmente. Si lo que yo voy a dar depende de lo que reciba de la otra persona, la relación va a ser muy inconstante y hasta corta. Dios nos amó y nos salvó siendo nosotros pecadores, y habiéndonos salvado, aún nosotros le seguimos fallando. Puedo terminar una discusión o un malestar devolviendo bien. Esto puede llevarme a ser pacificador. Hacer el bien implica dedicar el tiempo correcto a las cosas. Si mi trabajo ocupa el tiempo de calidad que debo pasar con mi familia, debo hacer ajustes. Hago bien a los que amo poniendo mis prioridades en orden y demostrándoles que son importantes para mi. Puedo ser trabajadora, pero mi rol de hija, esposa o madre no deben ser afectados. El mundo nos ha vendido tan bien el sueño americano donde muchas personas hoy día solo trabajan para seguir adquiriendo posesiones mientras nuestras familias se derrumban. Los hijos tienen padres que les compran todo pero no escuchan “te amo”, ni reciben besos y abrazos. Los esposos solo conversan sobre las cuentas a pagar, los asuntos escolares de los hijos y los problemas del trabajo. Es necesario orar juntos, conversar y reír, y animarnos cuando nos sentimos desanimados. La mujer virtuosa hace el bien con sus palabras. Tiene palabras de aliento, de gratitud, de alabanza y no de queja o crítica. Tiene palabras de respeto hacia su esposo y no le quita su autoridad frente a otros. Tiene palabras amorosas y cariñosas para los suyos y no juzga ni menosprecia. Por el contrario, no es contenciosa ni busca problemas. Ella hace el bien con sus acciones, teniendo detalles de amor para los suyos. Ella se prepara a esperar a su esposo, ella saca a pasear a sus padres, ella les envuelve un regalito en las ocasiones especiales o les hornea un bizcocho en su cumpleaños. No quiere decir que no discipline a sus hijos, pero lo hace en amor. El disciplinarlos es hacerles bien para un futuro. Ella sabe escuchar las ideas de su esposo y sus consejos. Pero sobre todo, su bondad refleja en ella la nobleza que solo refleja el carácter de Dios. Cada vez que vayamos a decir o hacer algo debo pensar: “¿Esta acción hará bien?” Ese deberá ser nuestro filtro. Cuando veo a alguien que va a cruzar en la calle, ¿le dejo pasar? ¿Enseño a mis hijos a ser bondadosos con otros o les digo que cuando alguien en la escuela los mire mal, le devuelvan una mala mirada? “Ella da bien y no mal”. Que la próxima vez que alguien lea este pasaje pueda pensar en mi como un ejemplo y glorifique a Dios. Oremos al Señor para que nos muestre y nos guíe a ser personas que no se cansen de hacer el bien. Que podamos nutrirnos de su presencia para poder seguir creciendo en madurez espiritual.
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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