De niña solía enfermarme frecuentemente de infecciones en la garganta. Es posible que fuera debido a que en la escuela que estudiaba había un patio con mucha tierra, que con el viento contaminaba mucho el aire. El problema es que por alguna razón de temor, le ocultaba a todos cuando mis síntomas comenzaban. Trataba de hablar normal, aunque me dolía la garganta al pronunciar palabra. Trataba de ocultar si me sentía cansada. Pero mi papá siempre se daba cuenta del cambio en mi voz y le decía a mi mamá que me chequeara. Efectivamente, ya estaba con la fiebre de 40 grados Celsius, la garganta casi cerrada por la inflamación, y ya era de noche y terminaba en la sala de emergencia del hospital, porque a esa hora la oficina del pediatra ya estaba cerrada. Encima de eso, recibía el regaño de mi madre por la preocupación y el mal rato que le hacía pasar. Callar no ayudaba a mi causa. Empeoraba la enfermedad sin tratar y me ponía en un cuadro clínico más complicado por no tratarme a tiempo. El miedo a qué diría mi mamá y el tratamiento que posiblemente era en inyecciones, me llevaban a callar y tratar de ocultar los síntomas. Igual nos sucede en nuestra vida espiritual. Lamentablemente se ha proliferado en medio de las iglesias que se juzga a las personas que tienen alguna lucha con un pescado en particular. Entonces, nos hemos vuelto religiosos, que vamos a la iglesia y les decimos a todos que estamos bien, en victoria, aunque nuestra vida espiritual haya decaído, el pecado nos abrume y no veamos una pronta salida. Escondemos nuestras depresiones, debilidades y fallas para presentar un “cristiano perfecto” que todos acepten, que pueda servir en ministerios y no lo juzguen por inmadurez espiritual. Pero si algo he aprendido por las Escrituras es que cuando encubrimos nuestro pecado, nos agobia, nos consume y contristamos el Espíritu Santo. Tenemos el ejemplo de David, que aunque tenía un corazón conforme a Dios, el encubrir su pecado le afectaba profundamente. La iglesia está compuesta por pecadores redimidos solo por gracia y no por méritos, que vamos experimentando una transformación progresiva hacia la santidad por medio del Espíritu Santo. Hay luchas que no las podemos vencer sin ayuda. Por eso, la Biblia nos dice que tenemos dones para ministrar nos, animarnos y el amor de Dios para cubrir multitud de faltas. La unidad perfecta del cuerpo se da cuando nos reunimos sin fingimiento, nos quebrantamos en la presencia de Dios sin pensar en qué pensarán de nosotros. Nos unimos en espíritu cuando podemos apoyarnos, orar juntos por nuestras luchas y debilidades, y cuando tenemos hermanos en la fe que estarán pendientes a levantarnos y animarnos a no caer. Cuando podemos acercarnos a Dios desnudándonos de todas las máscaras y apariencias, entramos en una actitud de humildad, y Dios se glorificará en medio nuestro. Entonces realmente podremos crecer. Entonces nuestros roles de liderazgo en la iglesia rendirán fruto. Entonces los que se sienten heridos y buscan esperanza en medio de este mundo caído, pueden llegarse a la iglesia al admirar un amor tan profundo que no hace caer a otros, sino que los levanta y los acerca al Señor. Comienza por mí, continúa contigo. Ansiamos un avivamiento espiritual colectivo en estos tiempos, y comienza con la humillación, con llegar ante Dios a cara descubierta, y teniendo amor por nuestro prójimo, no juzgándolos, sino orando juntos, poniéndonos de acuerdo, para que nos rindamos juntos ante Dios, y de esa forma, su nombre sea glorificado. Si siento que no necesito la oración de otros, o el apoyo de otros, es hora de rendir mi orgullo en la presencia de Dios. Cuando nos acercamos ante su santidad, sólo podemos ver nuestras imperfecciones y asombrarnos por su maravillosa gracia derramada sobre mí. Para sanar nuestras vidas a tiempo, no podemos callar. Que Dios ponga en nosotros un amor incondicional hacia los demás, teniéndole a Él como modelo perfecto. Oremos al Señor presentando nuestras vidas en actitud de humildad y transparencia. Que seamos ministrados para ministrar a otros. Que su Espíritu Santo nos guíe a ver a los demás como a nosotros mismos y podamos ministrarnos y apoyarnos unos a otros para que juntos sigamos creciendo y madurando espiritualmente. Que en medio de la unidad del cuerpo se derrame su Espíritu de forma sobrenatural.
1 Comment
Karina
2/22/2021 03:38:50 pm
Bien importante complementar diciendo que las luchas y situaciones se deben compartir con hermanos de mucha confianza y quienes resguarden la confidencialidad; otra forma es buscar el consejero o terapeuta capacitado, ya sea pastoral o privado. Si bien es cierto que no es sabio padecer en soledad es necesario que quienes escogemos para ventilar sepan mantener la privacidad y tengan una palabra de sabiduría para no complicar más el proceso.
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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