Ayer celebrábamos el día de los padres, y justo el mes pasado el de las madres. Ya en estos tiempos es más un día comercial que lo que realmente implica: un día donde felicitemos y celebremos el buen trabajo que han hecho nuestros padres con nosotros sus hijos, o sus cónyuges agradeciendo a sus parejas por el trabajo juntos. Se ha convertido en un día más donde hay que gastar en regalos, llenar los centros comerciales, y luego poner fotos en las redes sociales de los buenos hijos que somos aunque durante el resto del año esa no sea la realidad. Todos hemos sido hijos, y gran parte de nosotros terminará criando hijos por igual. La Palabra nos dice que debemos honrar a padre y madre, siendo ésto un mandamiento con promesa. Pero en todos los casos no siempre se cumple. Mientras había personas celebrando ayer, había muchos padres solos como cualquier día normal. Igualmente había hijos que la festividad les parecía muy dura porque no tienen a sus padres fisicamente, pero lo que les golpea más fuerte es que teniéndolos vivos o no, no cultivaron una buena relación. Algunos de esos padres hicieron en su rol lo mejor que pudieron, dieron lo mejor, pero para los hijos nunca fue suficiente. Otros, dieron lo poco o lo que nunca recibieron, perpetuando el mismo patrón. Lo triste es que las relaciones entre padres e hijos nos marcan. Es la relación donde esperas que siempre haya amor, y una buena conexión, ya existente por naturaleza. Cuando ésto no se da, por alguna de las partes, nos marca. Lo cierto es que aún tratando de hacer el mejor trabajo no somos perfectos y fallamos. Sea de padres a hijos o de hijos a padres, está unión y confianza puede quebrantarse. En esto vemos el caso de Esaú, que envuelto en sus necesidades físicas menospreció momentáneamente el legado de la bendición de su padre y en ella la continuidad de una promesa. Este mundo nos corrompe a causa del pecado. Dios es nuestro Padre, y hay muchas personas que lo ven sin una relación cercana por causa del pecado. No sabemos ser buenos padres, ni buenos hijos, y así mismo a veces no sabemos cultivar y mantener nuestra relación con Dios sin fallarle. Y es que necesitamos de Él. No podemos hacerlo nosotros mismos, siendo una relación espiritual, que va en contra de lo que nos dicta el mundo y nuestra carne y nuestros deseos. Igualmente necesitamos su ayuda en las relaciones terrenales de padres e hijos. Debemos arreglar primero nuestra condición de pecadores que nos aleja de Dios para poder arreglar nuestras relaciones terrenales. Dios nos ama y nos dio el legado de la vida eterna y ser llamados sus hijos. Confiemos a Él toda situación de nuestras familias para que sea Él quien obre y pueda ser glorificado y recibiremos su bendición. Demos el primer paso. Oremos a nuestro padre celestial y presentemos a Él a nuestros padres y a nuestros hijos para que sea su bendición la que obre en nuestras vidas y en nuestras relaciones de familia.
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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