Lo recuerdo muy bien, como si fuera hoy. A esta hora estábamos totalmente incomunicados. No teníamos servicio de energía eléctrica, servicio de internet, ni celulares, ni televisión. El radio de baterías había dejado de funcionar. Solo teníamos de fondo el sonido de la lluvia y los vientos del huracán. Como para tratar de crear un ambiente normal en la casa, me dispuse a preparar un desayuno en la estufita de gas que habíamos colocado sobre la estufa. Solo nos quedaba esperar...y orar. Lo que enfrentábamos en estos momentos, no lo había vivido básicamente nadie que estuviera vivo en estos tiempos. No teníamos idea de cuando iba a terminar, ni la trayectoria que había tomado realmente, pero tampoco sabíamos cómo estaba el resto de isla, fuera de el pedacito frente a nuestra casa que podíamos ver a través del cristal de la puerta de la sala. Pasamos las horas, todos en la sala, recostados en el sofá, en el piso o mirando hacia afuera. El ruido de los vientos en los cuartos era ensordecedor y aunque tratabas de ignorarlo, se hacía muy presente. Si el huracán duró muchas horas, mucho más tiempo las consecuencias que aún se extienden al día de hoy, un año más tarde. Necesitábamos saber de nuestros familiares, así que en la Suzuki Vitara nos dimos a la tarea de ir a casa de mi tío de 93 años y mi hermana que vivía con él. Buscamos en el vehículo las emisoras de radio, pero no conseguimos ninguna. Al salir de nuestra casa, nos topamos con una destrucción sorprendente. Los árboles que aún estaban de pie, no tenían hojas y exhibían un color que sugería que se habían quemado. Los pedazos de techos de aluminio tirados por doquier, los semáforos virados o en el suelo con los postes que los sostienen, árboles muy grandes tirados en el suelo con los pedazos de cemento de la acera que rompieron al caer, las ventanas de cristal de los condominios rotas, en fin, no imaginábamos cómo estaría el resto de la isla. Luego de esquivar y pasar sobre escombros pudimos encontrar bien a nuestros familiares. Dios utilizó la noche antes a una amiga de la iglesia a transmitir “por error” un video en vivo en Facebook. Solo como cuatro personas lo vimos antes de que ella se diera cuenta que había sido público. En ese video, daba ese versículo que acompañó en este blog. Mientras pasamos el huracán y los días siguientes, hasta el día de hoy, solo puedo pensar que Dios nos guardó como en la hendidura de la piedra donde nada nos pasó, pero sí pudimos ver su gloria. No nos faltó alimento y no se dañó lo que teníamos en la nevera. Cuando no conseguimos hielo en las filas y le oramos que alguien nos trajera hielo a la casa, solo pasaron varios minutos hasta que la vecina nos llama para darnos un envase con hielo. Nuestra estructura no sufrió daños, ni se afectaron nuestros trabajos. Nuestra iglesia no sufrió ningún daño mayor, sólo algunos detalles. Fuimos más que bendecidos. No quiere decir esto que Dios no estaba con los que perdieron sus casas o sus pertenencias. Ellos vieron la mano de Dios de manera diferente: en los vecinos que abrieron sus casas, en los que ayudaron a recoger sus cosas, en los que les dieron un plato de comida o un vaso de agua, en los familiares que les enviaron un pasaje para llevárselos de la isla, y en los que no tuvieron mucha ayuda, pero Dios les dio las fuerzas y la sabiduría para sobrevivir. Este tiempo nos hizo compartir con nuestros vecinos y con nuestras familias sin la distracción del internet. Vimos niños jugar en la calle que no veíamos antes, nos sentábamos todos a la mesa a la misma hora y dábamos gracias a Dios por las cosas más simples. Vimos que podíamos ser felices y vivir con poco. Pudimos apreciar todos esos años donde estando en la autopista de los huracanes, ninguno nos había tocado de gran magnitud. También aprendimos qué hay que ser sabios y prepararnos para las tormentas de la vida y ser responsables. Dios movió a su iglesia a ayudar a los que necesitaban más que nunca. Puerto Rico se está levantando con la ayuda de Dios. Tú tienes que levantarte en tu vida también y asirte de quien puede darte las fuerzas y te puede sostener ante las tormentas de la vida, y no hablo solo de lo físico. Oremos al Señor por el día que nos ha regalado hoy y por todas las cosas pequeñas que tenemos que no apreciamos a diario. Que podamos ver cuán ricos somos solo al tener su presencia en nuestra vidas y que nos ayude a seguir levantándonos como país y que podamos ayudar con lo que tenemos al que lo necesite.
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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