Hace unos meses mi esposo estaba haciendo algo en la casa y aunque es sumamente organizado, por alguna razón se distrajo y se le quedó una brocha escondida en una silla de la sala. Yo no me percaté de que estaba allí porque había caído entre las costuras de la silla y me senté sin mirar. El mango de la brocha termina con un extremo bastante puntiagudo. Esa parte se incrustó en mi piel, al sentarme. Se sintió bastante fuerte, como si me hubiera enterrado un cuchillo. Aunque me curé el área, la marca, al parecer, la voy a tener por siempre. En mi piel, todo se marca fácilmente. Pensaba entonces en las diferentes marcas que tengo en mi cuerpo (no son muchas) porque tuve una niñez bastante tranquila. Pero tengo una marca de una caída en bicicleta, la marca de la cesárea del nacimiento de mi hijo y la marca de un rayado profundo con una parte rota de un carro. Cada cicatriz, cada marca te recuerda el evento que la causó. No sólo se hicieron físicamente, sino emocionalmente al ocurrir el evento. Sin embargo, tenemos otras marcas, muy profundas, que se encuentran en nuestra alma, en el corazón como le dicen con frecuencia. Esas marcas son para toda la vida y por esa razón debemos aprender a manejarlas. El problema con las cicatrices del alma es que siguen doliendo por más tiempo que las físicas y como no las vemos, no las atendemos adecuadamente. Hasta pensamos que están sanas y en ocasiones podemos aprender a vivir con ellas porque nos acostumbramos al dolor y pensamos que no duelen más o que ya sanamos. Lamentablemente, no están tan escondidas como solemos pensar y son los que nos rodean los que pueden darse cuenta por nuestra manera de vivir, de reaccionar a las distintas situaciones de la vida y por nuestra manera de ver el futuro. Aunque no las podemos ver, actuamos inconscientemente como si las sintiéramos igual que el día que se crearon. Nos aislamos de la gente para que no nos rechacen o nos hieran, nos inhibimos de triunfar en la vida o tener sueños para que no se tronchen, nuestra ira se presenta a otros sin haberla invitado, y nuestros ojos ya no brillan como antes. Pero, ¿sabes quien también mostró sus marcas? Jesús. Murió por ti y por mi en la cruz. Resucitó al tercer día y tenía un cuerpo glorificado, pero aún así llevaba sus marcas en las manos y en los pies. Dios sabe que nos identificamos con el dolor, con las cicatrices. Él sufrió rechazos, abandonó, traición, incomodidades, maltrato, lo apresaron, lo criticaron y soportó todo eso por amor; por un amor hacia una humanidad que no le amaba, que no le buscaba y que le había dado la espalda. Él compró tu paz. Él compró tu salvación. Él compró tu sanidad. Él compró tu gozo. ¿Para qué quieres seguir pagándolo tú? Tus marcas no se pueden ver a simple vista, pero sus marcas son visibles para que no las olvides. Oremos al Señor rindiendo nuestras vidas ante Aquél que lo dio todo por nosotros. Demos gracias por su amor inagotable e inmerecido. Entreguemos a Él nuestras heridas para que puedan ser sanadas. Es hora de dejar de pagar lo que ya está saldo.
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AutoraMe llamo Myrnaly y resido en Ponce, Puerto Rico. Soy Cristiana, esposa, madre, y profesional. Tengo un Dios que me sostiene en Su Gracia y Misericordia, y renueva mis fuerzas cada dia. Blog Anteriores
September 2019
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